Poema de Edna Pozzi
EDNA DE FIN DE AÑO
Cada fin de año
ella, que es una doncella fina
y levemente azul
lleva de un lado a otro de la costa
un pan de almendras
y un cántaro de vino.
Generalmente atardece
porque sus días son ya crepusculares
y con cenizas sueltas
pero ella corre con el último resplandor
-si vieras que hermosa su falda azul-
con ese pan tierno
que cruje a cada movimiento
como si contuviera pétalos de viento
o sonajeros.
Cada fin de año.
Y es que en la otra orilla
están los torvos y dulces queridos
-pobres queridos-
olvidándose de su cara de tierra quemada
que en el Incanato, hace mil años,
resplandeció bajo la tiara de oro y plata
y entrecerró los gruesos párpados
para mirar el aguila sonora
allá en lo alto
-que insobornable y feroz esa altura
ahora que los vientos soplan a ras
de los huesos lavados y las hojas maceradas-.
Casi nunca la esperan
esos queridos soberbios y frágiles
que atraviesan la solitaria playa
entre canciones
pero se alegran –oh, como se alegran-
cuando la fina doncella
levemente azul
llega gritando a través del río
con su pan
que encierra las alas de las gaviotas
y el frescor de los nísperos
y un metal radiante
que es casi una harina sacramental
tan fervorosa llega
que hasta parece que suenan las campanas
por su fuerza, digo
por lo que ella tiene de maravilloso
en un solo instante
una fugacidad
una perla de agua antes de la sed.
Entonces se sientan a escucharla
los torvos queridos
y hasta trenzan y destrenzan una soga de plata
que tiene gotas de almíbar
y a veces suelen sonreír.
Cuando ella lleva de un lado a otro de la costa
el pan de almendras
apresurándose para que la muerte no la alcance.
© Edna Pozzi.-
Cada fin de año
ella, que es una doncella fina
y levemente azul
lleva de un lado a otro de la costa
un pan de almendras
y un cántaro de vino.
Generalmente atardece
porque sus días son ya crepusculares
y con cenizas sueltas
pero ella corre con el último resplandor
-si vieras que hermosa su falda azul-
con ese pan tierno
que cruje a cada movimiento
como si contuviera pétalos de viento
o sonajeros.
Cada fin de año.
Y es que en la otra orilla
están los torvos y dulces queridos
-pobres queridos-
olvidándose de su cara de tierra quemada
que en el Incanato, hace mil años,
resplandeció bajo la tiara de oro y plata
y entrecerró los gruesos párpados
para mirar el aguila sonora
allá en lo alto
-que insobornable y feroz esa altura
ahora que los vientos soplan a ras
de los huesos lavados y las hojas maceradas-.
Casi nunca la esperan
esos queridos soberbios y frágiles
que atraviesan la solitaria playa
entre canciones
pero se alegran –oh, como se alegran-
cuando la fina doncella
levemente azul
llega gritando a través del río
con su pan
que encierra las alas de las gaviotas
y el frescor de los nísperos
y un metal radiante
que es casi una harina sacramental
tan fervorosa llega
que hasta parece que suenan las campanas
por su fuerza, digo
por lo que ella tiene de maravilloso
en un solo instante
una fugacidad
una perla de agua antes de la sed.
Entonces se sientan a escucharla
los torvos queridos
y hasta trenzan y destrenzan una soga de plata
que tiene gotas de almíbar
y a veces suelen sonreír.
Cuando ella lleva de un lado a otro de la costa
el pan de almendras
apresurándose para que la muerte no la alcance.
© Edna Pozzi.-
4 Comments:
Edna la que no ha de morir nunca pues su poesía la inmortaliza.
Bellísimo poema.
Un abrazo Gus.
Querida y admirada Edna:
Como siempre un excelente poema. La sensibilidad de tu mirada y la precisión en la palabra siempre
devienen en belleza.
Jorge Orozco
¡Gracias, Edna, por compartir tu bellísimo poema con nosotros!!!
Cariños
María Rosa León
Gracias Edna...sos poesía 💙
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