7.12.06

Poema de Oscar Wong


DONDE LA PIEL SE INCENDIA


Del manantial,
de la cantera gris,
del león petrificado -piedra labrada por la bruma-,
del Templo aquel donde el alba se arrodilla,
de la cuesta de las rosas,
de la pendiente enardecida por el toque del fulgor
viene crascitando la alborada.

Aquí el destello juguetea con los trinos.
Aquí las buganvillas labran dulcemente el horizonte.
Aquí el abeto surca el valle
y los pinos sacuden la muralla de niebla.

Astro que atrapa ese lucero la claridad estalla.
Esquirlas de esplendor esta pupila.

Rojos, amarillos, malvas en el centro de la ciudad.
Una araucaria se yergue, altiva, ante el rocío.
A lo lejos, viejo centinela, duerme el Junchavín,
en sus entrañas el fuego se congela
(copos de lava verde su ladera.)

Orquídea frente al viento la mirada se estremece.
Hunde sus dedos en la cabellera del estío.
Ciega palpa el aire.

Torpe mariposa que se estampa en el cristal
el mediodía salta ahora.

Luz: espejo a la deriva.
Tremola en la sonrisa adolescente
que remonta mis jardines.

Amo el olor a trementina, la juncia derramada.
Amo las piernas de la niña que sostienen el anhelo.

Ventana frágil me someto a la lujuria.

Ese lunar está ahí, como la piel que vibra
y se renueva con mis besos. Tiemblo
cuando la piel transpira en otra piel,
cuando la boca se repite en otra boca,
cuando los muslos enardecen mi cadera.

Con mis labios invento tu pezón,
con mis manos te pervierto.

Me adentro en ti, me repito en el ritual del mundo.
Y soy el Hombre y la Mujer,
lengua que hurga en los resquicios,
fulgor que se derrama.

Soy el que nace cuando gozosa me recibes.

Digo tu nombre tiernamente
y una mujer madura asoma en la pupila.

COMO UN CLAVEL deshojas la nostalgia,
obstinada brecha al pie del horizonte.

Juego a que la mano te despeina,
acaricio tu mentón como el alba los cristales.
Jalo tus cabellos, riño contigo.
Soy un chiquillo cuando monto en el candor,
palabra que zurea en tus oídos
(el áspid de la soledad acecha, crece.)

Tus ojos, taciturna miel.
Tus labios, caricia de espuma que reclamo.

Contigo voy por los caminos que ahora se me ofrecen.
Contigo hago que las zarzas germinen el desierto.

Destello de sol sobre la cresta de la ola
esta canción es para ti.
Esta semilla reverbera en tu regazo.
Esta raíz se aferra a los espejos.

Espantada la muerte retrocede.

No más dolor.

Ya basta del colmillo hincándose en la garganta de la aurora,
la garra de la pena devastando las heridas.

Ahora canto.
Pastor en la ribera toco la flauta del Amor.

Con mis manos invento el alborozo:
tienes la suavidad del musgo,
candidez de sol flotando como lirio.

Sonríes.
Aromas los frutos del rubor.

AUNQUE AHORA ESTOY AQUÍ, caballo desbocado,
unicornio arremetiendo contra la doncella
(ojos inyectados de luz enloquecida,
belfos oscurecidos por espumarajos blancos.)

Yo vengo de la sal, del oleaje turbio,
de la palmera rota por el hacha de la ira.
Vengo de la calle soleada, de los techos de teja rota,
de la casa derruida por el odio.

Flores envenenadas arden, cenizas mustias gimen
en la llaga que aún no cicatriza.

Ahora estoy aquí,
sonido luminoso acariciando la ciega flor del mediodía,
cristal mojado frente al viento que ulula,
brama: dragón herido por la espada.

Sobrevivo como hierba en los breñales.

Trébol de cuatro hojas en medio del asfalto
me entrego al mundo con una sonrisa desnuda de intenciones.

(Esa muchacha escucha la campanada azul de la fortuna:
un cuadro de Tamayo arde como una roja estrella,
el muro amarillo ciega a la mujer
atrapada por el trazo firme de la mano.
La espátula del Amor se apoya en el matiz rosáceo.
El ojo brilla, fulgores de espuma nacen del iris,
grano de trigo en tierra fértil.

Esa muchacha es una pluma de ángel
sentado en la cresta de la sangre caliente,
oscura furia sacudiendo mi desolación.
Soy el Personaje en rosa tocado con un sombrero de silencio,
mientras un viento rojo simula ser el marco
donde mi piel se incendia.)

Ahora estoy aquí, me digo,
entre el delirio de la luz. Me esponjo
como un gorrión que busca las manos cálidas del día.
Estoy aquí, como metal ardiendo
para forjar el nuevo corazón de Comitán.

El coletazo artero de la melancolía me doblega:
ahora la ciudad se abre paso con su alarido de sirenas,
resbala y crece por mi frente
con sus edificios temblando ante el relámpago del miedo.

Se desangra la ciudad por la garganta abierta del dolor.
Se deshoja la ciudad, margarita en medio del océano.

Dulcísima ciudad que zumba: colmena de luz desconcertada,
golondrina abatida por el escopetazo del terror.

La aljaba de mi canto chorrea la sorda sombra de los muertos.

Muerdo el durazno del llanto.
Me acurruco en la esquina de este verso.

Ahora los cipreses se esfuman entre la niebla.
Flota el vaho frío de la desazón.
Cuajarones de bruma desgarran el paisaje.

Lejos del tezontle,
lejos del escombro endurecido vengo.

Del oleaje torpe del asombro vengo,
como aquella adolescente contemplándose ante el espejo.
Y nadie, nada, sólo "la oculta soledad" había.

La memoria me doblega como la carga de leña
en la espalda del indígena.

Esqueletos, espinas ensombrecidas arrancan girones de penumbra.

Muerdo la manzana de la expiación.

El fulgor enloquece a la retina.


© Oscar Wong
Del libro “Espejo a la deriva”

2 Comments:

Blogger Gustavo Tisocco said...

Bienvenido Oscar a este sitio que pretende difundir a poetas contemporáneos.
Un abrazo Gus.

7.12.06  
Anonymous Anónimo said...

Un verdadero canto de amor. Bellísimo, Oscar, gracias por compartirlo con nosotros.
Cariños
María Rosa León

1.1.07  

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