Prosa de Mónica Melo
Cuando abro los ojos siempre digo Dios.
Después viene un Gracias, te doy lo que soy, que sepa ver lo que falta, que sepa dar lo que tengo. Y más.
Que ella sienta Tu Amor a través de mí y en todos los gestos, que mis hermanos sean felices. Que todos seamos más buenos .
Palabras escondidas debajo de la ducha. Danos Tu paz.
Uno de los momentos más placenteros: levantarse y sentir el frío de la casa, abrir la ducha, mientras corre el agua y me desvisto. Hacerlo rápido y casi al mismo tiempo preparar en la otra silla mi ropa para el día. Entrar al agua, y sentir ese calor perfecto, el chorro sobre la cara y reirme debajo del vapor.
Y rezar. Gracias, Dios. y seguir rezando.
Y recuerdo fragmentos de poemas. Desde que tengo uso de palabra, la memoria se ejercita en poesías. Recito fragmentos pequeños o canto. O digo un salmo, o una escala. Algo que brota de la cima de mi nuca. Y de la sima de mi sangre.
Bañarme es uno de los actos que más placer me da en la vida.
Amo el acto de la purificación diaria, lo repito muchas veces en invierno, es lo único que me devuelve el alma al vientre, cuando la escarcha atraviesa el hueso y la nieve púrpura, en mis piernas.
Es un acto que suele ser privado, pero acepto la intrusión de la amante a mis ritmos de sal y anillos con jabón, mi amante hasta a veces vestida, urgida de mi, llameante de verme... y amar.
Recuerdo hoy el agua de otra ducha, agua caliente que me ha recuperado, salvado, Dios presente en fuego y maravilla, el río de un baño que no habré de olvidar jamás.
Después de tres días en el volcán Lanín, con el filo de una roca en mis rodillas, y los raspones en mis palmas, los guantes rotos y abiertos como peces rojos, mis alumnos sentados alrededor del fuego en un refugio de madera y fideos, latas y café instantáneo de otros caminantes. Y el viento.
Mojados, cansadísimos, con las bolsas de dormir encimadas como cachorros huérfanos y el viento en altitud y sentir que estaba dentro de algo mágico.
Tres días de ascenso, contemplación y volver a la comunidad mapuche que nos habia abierto las leyendas y el permiso para subir a aquel dios que protegía y esperaba.
Las piedras crecen, dijo el cacique. Solo hay que saber mirar. Y esperar.
Una mujer en otro idioma y con un sol de cóndor en la frente, me preparó un fuentón y trajo una pava inmensa con agua. La dejó junto a un agujero limpio y con olor a oveja, a lana mojada, a tejido de abuelas.
Me desvestí temblando, sintiendo mi piel cortada y feliz.
Empecé a derramar el agua y tardé en saber que estaba caliente, exacta en su dimensión reparadora.
Fue tomándome los tobillos, y los moretones brillaron y la sangre se desprendió y dolió mi pierna y froté un cactus partido sobre el pelo.
Dios nos lava los pies en las letrinas del sur.
Y otro cactus crece manso sobre la piedra viva.
© Mónica Melo
3 Comments:
Misticismo y magia en este bello texto Moni bueno para estas fechas que se acercan...
Un abrazo Gus.
Muy bella tu oración, Moni, en medio de las rutinas de la vida cotidiana y la evocación de experiencias pasadas.
Un cariño grande
María Rosa León
Mónica, es un placer leer tu evocación. Va más allá de las palabras , va mucho más allá...
Un gran abrazo.
Cecilia Ortiz
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