Poema de Alejandro Mauriño
ÁRBOL
Sombra, flores, pájaros y frutos.
Madera, follaje, altura y profundidad.
Raíces. Fuego. Hacheros y agricultura, luego desierto.
Piedra prehistórica que lo recuerda.
El sonoro tambor; pianos y violines.
Obeso contrabajo y castañuelas gentiles.
Laúd, mandolina y por fin, guitarra inmortal.
La libertad de Euskadi y los últimos acordes de Santos Vega.
Una silla. Esta mesa. Lápiz fundamental.
Ramas que adornan el vértice de un cuadro
y el perfume del incienso y el ébano.
La rojiza llama del fogón. La ceniza en la herida.
El barco del fenicio, el trirreme griego, la ignara carabela
que trajo la mugre y la peste al paraíso.
Los palos con que midió el mundo Eratóstenes
y la flecha que permitió el odio a la distancia.
La cruz que un carpintero judío no imaginó para sí.
De la antorcha su luz y la pequeña llama del fósforo.
Una casa, un tibio techo bajo la nieve.
El sitio de nacer, amar y morir: el lecho.
Hizo, hace y hará ésto, o mucho más, el árbol.
En multitud, el bosque; en soledad, la referencia.
Su verditud ensueña. Canta la casuarina en la brisa.
Es amistad y es esta hoja, en la que el poema piensa.
© Alejandro Mauriño
3 Comments:
El árbol como el dador de su vida para nuestros tantos beneficios.
Un abrazo Gus.
¡Muy bueno, tu poema, Alejandro! Es increíble en la cantidad de cosas que no reparamos cuando vemos un árbol.
Un cariño grande
María Rosa León
Alejandro: el árbol, cobijo de vida, laboratorio químico en sí mismo, proveedor de materia prima, valentía, fuerza.... Qué no podemos decir de él. Buen observador. Laura B.Chiesa.
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