7.11.09

Prosa de Sonia Quevedo


PROFANACIÓN

Como todas las noches, el hombre se sentó en su silla en el corredor de la casa; saludó a la abuela que planchaba camisas almidonadas sin imaginar lo que pasaba; recibió el café, y empezó a contar de brujas y fantasmas sus historias.
Separó las piernas al sentarse como lo hacen los hombres, más cubiertas las de él, por una ruana gris; acercó despacio a la mayor de las niñas con escasos cinco años, y reteniéndola entre ellas (sus piernas) medio apretada como si fuese demostración de cariño, muy lento terminó su café, como también, lentamente terminó las intensas historias con bolas de fuego y gritos de aquelarre hasta saciar su aberrante apetito.
Guardaba silencio la pequeña con terror sin pausa, sin entender y menos atreverse a preguntar lo que pasaba; sus hermanitas (tres) igualmente inocentes lo observaban en silencio por debajo de la mesa de la plancha, más asustadas que curiosas por lo aterrador de las historias.
La mayor se estremeció azarada; sintió rodar por sus piernitas algo viscoso, oloroso y terriblemente fastidioso; se separó del hombre entrando inconsolable y temerosa a su habitación oscura, temblorosa y en medio de su inocencia, derramó mares de lágrimas heladas hasta quedarse dormida.


© Sonia Quevedo

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¡Terrible y valiente historia del más aberrante de los abusos!
Felicitaciones, Sonia y un beso grande
María Rosa León

8.11.09  

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