Poema de Alicia Márquez

HUMEDAD RELATIVA 97%

Había llovido todo el tiempo.
Se habían borrado los árboles
y esfumado los carteles que prometían felicidad instantánea.
Había llovido tanto
que la humedad se había pegado a todas las cosas
como una eternidad indeleble.
Había llovido todo el tiempo.
Los relojes, enloquecidos,
no entendían el gris de las ventanas
y se les ocurría despertar a la gente a cualquier hora.
Los pájaros no se atrevían a cantar
y las veredas eran
alfombras infinitas de hojas desmayadas.
Los perros caminaban
con ojos asustados contra las paredes
porque los truenos amenazaban eternamente
con sus gargantas desparejas.
Había llovido todo el tiempo.
Las mujeres blandían las planchas contra las camisas mohosas
como si fueran espadas flamígeras de alisar penas.
Los habitantes de Buenos Aires,
con el ceño fruncido y los pies eternamente mojados,
ladraban a quien quisiera escucharlos
que así no se podía vivir, y que este tiempo era insoportable,
y que seguramente iban a morirse cubiertos de escamas.
Y yo, habitante también de esta ciudad mojada,
avanzaba por la calle llevando paquetes siniestramente pastosos
y un malhumor empapado y persistente.
De repente, de una casa vecina,
salió, como una ínfima tromba
un nene chiquito, quizás dos o tres años.
Alzando los brazos, haciéndolos girar como un molinete
y mirando al cielo le gritó a quien quisiera oírlo:
¡Qué lindo día! ¡Pero qué lindo día!

Nunca supo que él era el sol.

© Alicia Márquez