12.7.09

Poema de Gabriel Impaglione


Inmigrantes

En la inmensidad de las llanuras del salitre
buscaron las redes
el pez de oro, los puertos donde anclaban
la primera aurora, el beso de la última sirena,
la casa establecida del pan caliente.
Fueron los barcos el origen de las multitudes.
En los húmedos corredores donde nacían
esperanzas, hijos muertos, claveles
en las manos
uno detrás de otro en larga fila de silencios
rindieron sus lenguas
las valijas abarrotadas de preguntas.
Entonces subieron en la tierra nueva los zapatos
rotos a los andamios
construyeron la voluntad del almuerzo.
Se gastaron la piel hasta desnudar la llaga
donde el dolor pulsa su primer grito,
los quemó la cal, la máquina
les llevó una mano, el olfato, les mordió la luz,
cada jornal fue un esponja con vinagre.
En los arrabales donde el musgo del orín
no pudo con la rosa, abrieron un hueco
en el frío para acunar los hijos.
La tierra los llamó semilla y la semilla
padre, y fundaron el estallido del cereal.
Y así la rueda avanzó donde nada hubo y nada
sucedía sino viento.
El camino se hizo tendedero de cráneos y amapolas,
harapos, nombres extraviados, guerras
que mordían la memoria, largas travesías
en busca del origen que no era sino la nueva
singladura.
El regreso cobijado en las postales
a veces tembló como un pájaro herido.
Llenaron los nuevos horizontes de aceitunas,
guitarras, estructuras, vides, puntos de partida,
y levantaron la casa que vio nacer, partir
y regresar cada domingo lo mejor de los sueños.
Muy después a las llanuras del salitre
los hijos regresaron por el pez de oro
el palmo de aire
lo posible
de espaldas al humus carbonizado por la pena.
Entonces los pueblos de calles estrechas,
donde ya nadie esperaba noticias de ultramar,
donde quedaban muy lejos
las nuevas dimensiones del mundo.

© Gabriel Impaglione