20.4.10

Prosa de Ana Guillot



fragmento de un texto en proceso de escritura

En el alma de la rosa cae. Se humedece su empeño para no saber, para poder distraerse un rato. Pero el vórtice del tallo se la lleva y ella no se resistirá. Por cada pétalo una certidumbre; y en cada una, una espina que la enfrenta con la caducidad, con el desorden. Ya no puede mirar su jardín sin la presencia sólida del miedo. Ya no puede mirarlo con la inocencia libre de la infancia. En la rosa ve el caballo, en la espina la lanza, en el tallo su estirpe (la que decrecerá).
Huye desesperada de sí. Le brillan las estrellas, piensa, cuando quiere estar del otro lado. Pero ya no es posible. Dejar de conmoverse con el arco que divide el cielo en esa nube. Habrá guerra. Habrá escoria y laceraciones y sacrificios (corderos para inmolar lo que no cabe en el vértice de la desolación, cuando la muerte). Los hombres se llevarán la peor parte. Combatir es su arte, prevalecer o defenderse como animales salvajes en qué selva. La ley de la resignación será para ellas. Orar o lamentarse por el deudo que no ha de calentar el lecho (esposo o hermano o padre). Despeñaderos por donde se hace denso respirar. Hechizada en la visión, el horror no la suelta.
Cae en el alma de la rosa, en la desprotección total. Pobrecita, Casandra, pobrecita. El don que te corona te hace virgen, esclava, hechicera. Mentirosa, pensarán los demás. Pobrecita Casandra que huele el enjambre de avispas como si un ejército fuera, como una invasión. Huye desesperada.
En el otro lado quisiera. Estar y pernoctar, adormilarse. Pero es cruda la visión, igual que la ignorancia. ¿Y entonces?
Pobrecita Casandra, no es posible que escape. Un durazno estalla entre sus piernas y sube serpentino el envión. Hasta la frente, hasta la coronilla. Una inmersión de espinas invade su coronilla. Cruda la visión, igual que la ignorancia. Como la adormidera o la ilusión.
En el alma de la rosa cae. No hay primaveras en el eje de la tierra. Los cantos, su lateralidad, van hacia el oeste, hacia el frío invernal. Hacia la costa.
La certidumbre la clava en su raíz. La mente es una estepa en donde no hay sosiego. Y el corazón se achica, se entrega, se apisona. ¿Dónde guardar un corazón febril, un músculo que lata a resguardo?
En el alma de la rosa cae y es frágil la melodía en su centro. Ella no se resistirá. A su viaje. Cuando Agamenón le unja los muslos con aceite. Cuando la costa esté más lejos. Y el mar la adormezca en su tristeza. Será un reinado breve, pendular, sencillo. Incompleto.

© Ana Guillot

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¡Bellísima tu prosa, Ana! Como todo lo que llevo leído de tu obra.
Aplausos, bises y besos
María Rosa León

26.4.10  

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